Me digo y me desdigo, me presto palabras para mimarme la saudade. Es bastante como vestirse y desvestirse, como disimular de pronto el desnudo cuando es evidente de que hace tiempo estás en pelotas. El salto, intuyo, va por autopercibirse así, sin procurar, sin estar siempre tratando de, sobrellevando eso o algo, parchando lo roto con remiendos sujetados a saliva. Autopercibirse la garrafal fisura sin emprender el remiendo, mirarse así, roto antes que descosido. Quiero decir que así y todo hubo veces que empeñé la risa por el valor de cambio que nunca me alcanzó para comprar una seguridad fuera de mi propio agujero. Quiero decir que todas las veces que pretendí tapar, ocultar o maquillar para que no se note o para autoconvencerme de que la fisura no estaba ahí, luego tocó remontar la resaca visual de todas mis partes desparramadas. Digo, que sí se puede, después y antes de todo, pero quiero decir que después de todo, no tiene sentido. Esta noche hay la celebración de aun rota, haber ido. Esta noche hay la celebración de una entrega fracturada que se completó en tu vaivén y se animó a decir: No me quiero ir; pero por cómo son las otras cosas pareciera ser que se ha ido. Los registros del ánimo cuando se lanza son amorosos y agudos y por suerte o por norma, no les cabe nunca en todo su halo de realidad, una pizca de platónico.
Quiero decir que sí, pero mirándome bien, desde que te llegué y me encontré ahí, quiero decir que sí pero hace un año que no vuelvo.
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