Pensé Que La Morí

Estaba mirando por la ventana. Mirar a través de la ventana después de haber asesinado a la heladera, a la única heladera de uno, es un acto de constricción.

Algo se tenía que romper, pero no romper de una manera fortuita como ocurre la mayoría de las veces con las cosas, algo se tenía que romper por premeditación, por alevosía de bilis interna que desde hacía días se generaba a borbotones.

Cuando entré a la cocina y vi el cuchillo tuve la certeza de que algo iba a suceder. Sin escuchar a la parte más sobria de lo que me queda de conciencia empuñé el cuchillo y la primera estocada fue la última. Una corriente de gas se estroló en mi cara y empecé a reír, y me reí como loca mirando el cuchillo, la punta del cuchillo en medio del sssssssssssssss que se iba del artefacto de mi propia altura y casi mismo espesor. Sin soltar el arma dije ‘Algo tenía que romperse’ Y fuiste vos.

Minutos después del acto se me ocurrió consultar si acaso ese gas era peligroso, uno nunca termina de saber cuán dañinos son ciertos gases, y ya me sentía enloquecer por la venenosidad cuando el doctor me respondió la llamada relajando mi intoxicación preocuposa y sugiriendo ‘ventilación’.

Una vez que comprendí que ese gas no iba a enloquecerme ni mucho menos iba a matarme, abrí la ventana de par en par para seguir el recaudo médico. De un momento a otro en la sala solo fue el silencio. Un cuerpo muy parecido a mí hasta en el color de la vestimenta. Me puse de cara a la difunta. Me estremecí. Segundos después el teléfono volvió a sonar: ‘No la enciendas hasta que la vea, pero no te desesperes, la vamos a echar a andar. Dale tiempo’. Y yo, que había pensado que la morí, suspiré.

Estaba mirando a la ventana, ya dando la espalda al silencio blanco y rectangular, cuando sentí la enorme felicidad de que la estocada solo represente para ella un descanso. Algo se tenía que romper, pero qué fácil se recuperan algunos artefactos. Y si no se recuperan, se los reemplaza. A los artefactos, digo.